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MAMBOL POR J:M.C

 




MAMBOL

Era Mambol un personaje del Montevideo de mediados de los ochenta. Centro y capital de la República Oriental del Uruguay, que sólo tiene de oriental su anacronismo (América y la palabra oriente son antagónicas) y el deseo de diferenciarse de la Argentina, su hermana del Rio de la Plata con la que  forma un todo indisoluble. 

Recuerdo de aquella época una ciudad plúmbea, vertical y ceniza, circulada por coches americanos de los años cincuenta, anchas matronas de bolso al codo  vestidas de domingo, hijos pegados a la falda y esposo al transistor en paseo ritual por la avenida Dieciocho de Julio  después de visitar el faro del malecón, casi siempre concluido en la plaza de Artigas y su caballo (1), en un café con baguettes y en un helado para los niños.

También que eran gente especial, que por conciencia o ignorancia atrevida, creían y supongo que seguirán creyendo, y no les falta razón, que el mundo termina en el faro y que hasta Dios es de los suyos. Personas de larga tradición cultural, muy educados, al punto de no atreverse a insultarte del todo llamándote si ha lugar, “medio bobo”, dejando intacta tu otra mitad.  

Entre estos “tanos”* y gallegos serios, indios espaciados en los ojos y en la piel de otros, de vez en cuando un turco o un judío, y un tropel de negros tamborileros (2) procesiónando en solitarios grupos en las noches de densa oscuridad temprana de la capital; vivía Mambol.


*   Italianos en la jerga del Rio de la Plata.

Hombre de aspecto tan extraño como su nombre era Mambol: mediano de estatura, color blanco sucio, cabello largo espeso, ojos de color cambiante según la luz y el día,  alguna grosura de negro en los labios, y perfil vertical de indio en el conjunto; componía una figura tan especial que no se parecía a nadie ni tenía raza por reunirlas todas; ni tampoco edad al estar presente en sus genes la ascendencia negra, más libre del tiempo al contribuir menos a crearlo.

Confirmando su extraña apariencia en lo exterior, sin sujetarle calor o frío, moda o posición, vestía o se cubría con  sombrero negro de ala corta a lo indio, chaleco de americana siempre gris, camisa blanca, pantalones de cualquier condición, y zapatos de charruas (zapatillas de deporte de muy mala calidad) a charol.

Su carácter neutro fruto de la mezcla de sus orígenes al anularse, desembocó al decir de mis amigos uruguayos, en una infancia sin inocencia y en una madurez sin contenido, sola, libre de compromisos con la sociedad, con Dios, o consigo mismo, y por lo tanto, de moral, de conciencia y de complejos. Hasta el punto de que lo vacío de su carácter hacía reflejar el alma de los que lo juzgaban: santo para unos por coger sólo lo que necesitaba y no hacer mal a nadie, o diablo para otros, por lo mismo pero interpretado de forma diferente. 

Al no tener trabajo fijo, solo un puesto de frutas dominguero en la plaza Onda (3) que no le daba para comer todos los días, la gente lo alimentaba, quizás por miedo o respeto atávico, tal vez por simpatía al verse representada en él, o simplemente por el hecho de que en América la historia son los hombres y en Mambol veían la imagen de lo que fueron o de lo que serían. 

Lo vi por vez primera mientras paseaba por la avenida Dieciocho de Julio, y aunque destacaba por su extraño aspecto me pareció una persona “normal”, cuando de repente  se  detuvo a orinar a la vista de todos, como los niños, sin que nadie pareciera inmutarse a pesar de ser los uruguayos muy celosos en el respeto a la imagen. Más tarde volví a encontrarlo en una de esas noches espesas de mujer y tango al abrigo de un antiguo galpón* cercano al muelle, donde a la sola luz de una gran parilla con olor a  mar y a asado, acudían los  montevideanos a intentar olvidarse de su país o de sí mismos.

En esa especie de carnaval nocturno de lunes a viernes, se congregaban toda clase de personajes de la sociedad capitalina: damas maduras de buena familia arrepentidas de virtud fingida, ansiosas de recuperar los besos perdidos bajo la protección del disfraz que le proporcionaban la noche, el humo y el alcohol; minas de piernas largas y cruzadas en lánguida  negrura,  que ya sin esperanza de amar  escondían su corazón por miedo a perder lo poco que  de él les quedaba; eternos estudiantes de primero, comedores de porotos brasileros**, insignes doctores en revoluciones y fracasos, amadores de todas y de todo; olvidadores, filósofos, escritores y borrachos, y también marinos de alma disgregada espectadores activos del vivir cotidiano de los otros.

*Antiguo almacén de mercancías acondicionado como garito ubicado en las cercanías del muelle.

** Alubias pintas o negras procedentes del Brasil, del que constituyen junto al arroz, el huevo frito, y la milanesa una parte esencial de su dieta. Siendo por ende baratos, al ser aquel uno de los mayores productores del mundo.

A la cita acudían también jugadores de fútbol,  casi todos de Peñarol*, rememorando alineaciones inolvidables mientras bebían: Ghiggia, Hoberg, Míguez, Schiaffino, Obdulio; al pibe Manteca, blanco como la cera, tan presumido que se teñía el pelo y se dejaba las greñas para que la hinchada solo se fijara en él; los goles de tacón del Cotorra; la definición mágica del ecuatoriano Spencer; y la elegancia de Morena. Tampoco faltaban revolucionarios de la memoria, las verdaderas, al margen de blancos y colorados (5)  recordando aquellos tiempos de la revolución del hueso (6), o la más reciente y trágica de los montoneros; y el tango.

De esta forma transcurrieron todas las noches de la semana. Largas noches que para mí se prolongaban hasta las tres o las cuatro de la madrugada (en Montevideo la noche empieza muy pronto) y hasta la hora del desayuno para él. Pero esa noche, al ser la última porque zarpábamos al día siguiente y me había propuesto conversarle, decidí quedarme hasta el amanecer, aunque no hizo falta. Cuando la atmósfera se había hecho disfraz y despertaba el alma, comenzaron a cantar tangos de Manuel Picón, y al llegar a una de sus estrofas más sugerentes: “todo lo que no es mentira es misterio”, se enzarzaron en una discusión sobre su significado bajo la dirección de Mambol. Unos decían que la mentira junto a la sonrisa es lo único que nos distingue de los animales; algunos, 

* Peñarol de Montevideo, también conocido con el apodo de los “carboneros”. Se le considera el equipo del pueblo, más cercano a la bohemia que Nacional, el otro equipo importante del Uruguay, con quien  comparte enconada rivalidad. Casualmente, a todas aquellas figuras legendarias,  emularon ese mismo año ganando la copa Libertadores (4).

que los animales también mienten cuando se mimetizan con el medio circundante; otros que es esencialmente miedo; unos pocos  que lo humano lo abarca todo; y los más, que el arte es su forma más civilizada. 

Así estuvimos largo rato hasta que Mambol sentenció que la mentira es una “verdad inservible” y que el misterio empieza a serlo también cuando se descubre. Sorprendido por su papel de líder, me pregunté cómo un imbécil, a juzgar por la escena que  recordaba de él, había sido capaz de elaborar ese pensamiento,  y al estar cerca, me dirigí hacia donde estaba para conversarle. Cuando me senté enfrente, no parecía estar bebido ni fumado, aunque seguía conservando esa aparente frialdad de imbécil  o de distante, y al observar la expresión de sus ojos, me di cuenta que al igual que en lo físico, tampoco se parecía a nadie en el espíritu. Comenzó diciéndome  que sólo descansaba de la fatiga del cuerpo de día y que no dormía porque no necesitaba del sueño para librarse de las del alma. Luego me explicó que cada uno trae su deseo o su locura impresa en los genes, y que la mente no la produce, nos defiende de ella haciendo la realidad más soportable al atenuar las percepciones que recibimos del exterior; al dibujarle imágenes en el dormir a nuestros deseos insatisfechos; o al acercarnos a la eternidad recreando o transformando cuanto nos rodea. 

Finalmente sentenció que si el pensamiento no consigue producir olvidos, sueños o creaciones capaces de compensar nuestro desequilibrio, se desconecta de la realidad en un último intento de salvarnos, y es a eso a lo que  llamamos locura.

No sé cuánto tiempo permanecí a su lado porque continuó hablando y hablando aunque sin verme. Decía  no tener padres o no conocerlos, y que al heredar todos sus deseos, tantos que la mente no pudo defenderle de ellos, nació loco. Que pensaba en un pensar instantáneo sin memoria ni consecuencias, y amaba, al menos eso le parecía al no saber si sus palabras tenían el mismo valor que para los cuerdos, en un amar  sin causa ni fruto. No conozco el odio, ni  el amor que supere una noche, vivo y muero en un mismo día, me dijo mirándome sin verme. Después se levantó de repente, se acercó a la parrilla, cogió un par de dados de carne, y a paso lento salió del boliche sin pagar ni saludarme.  

¿Quién era Mambol?; ¿un santo?. Como ellos era sincero, con una sinceridad  que yo no había conocido ni podría conocer nunca al ser su  pensamiento y su acción casi instantáneos. Pero los santos son como dioses incompletos al faltarles la eternidad, y soportan la espera prescindiendo de la mente, porque al no tener ya ningún deseo, no la necesitan para defenderse. ¿Un diablo?; tal vez, pero ellos también necesitan la eternidad para destruirla.

Mambol me asustaba como asusta lo desconocido, no por su  locura, a pesar de que el mismo se había calificado de loco. Creo que era y es el producto final y a la vez primero de una línea de generaciones que cansadas  de esperar a la felicidad o a los dioses, de los que sólo tienen destellos e intuiciones, los olvidaron, liberándose a su vez de la esclavitud de la esperanza y del miedo. Aunque a cambio hayan renunciado a la eternidad, vivan como animales-dioses reducidos al instante, y sean capaces, estoy convencido, de amar y matar con la misma sonrisa.


(1). Este caballo se encuentra en la plaza del mismo nombre, centro neurálgico de la ciudad de donde parte la avenida Dieciocho de julio. Se dice que tenía unos atributos tan grandes como el valor de Artigas, el jinete que lo monta. Artífice de la independencia del Uruguay. Siempre vencedor, sostuvo otras guerras, en especial contra el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve  en tiempos del emperador José I de Brasil. 

(2). Negros descendientes de esclavos que habiendo logrado escapar de las plantaciones del Brasil se refugiaban en el interior de la selva, donde aparejando grandes chozas de una sola estancia hechas de hojas y de palma llamadas “quilombos” vivían en originaria promiscuidad. Algunos conseguían pasar al Uruguay, y al contrario que en el Brasil, la bravura de su carácter se conserva todavía en sus herederos. Tal vez por ese motivo, ocupan cargos sindicales y en el puerto se destacan como capataces, o se consideran futbolistas bragados. No es extraño tropezar con un grupo de ellos en sonora procesión nocturna presidida por ruidosos y acompasados tambores mientras recorren las calles de Montevideo.

(3). Plaza céntrica que toma el nombre de una empresa de autobuses que parte para todo el continente. En ese mercadillo, Uruguay se convierte en toda América. Allí se pueden encontrar uvas chilenas, tereré del Paraguay, aceitunas argentinas, porotos y frutas exóticas del Brasil (ananás, xuxú, guaybas, puarás y tangará), macacos y urubúes del Amazonas, y hasta gamulanes del Perú hechos de alpaca.

(4) En las eliminatorias finales eliminaron a un River Plate infinitamente superior, al que solo superaban en juventud y garra. Para ello diseñaron una estratagema que pasaba por aprovechar la especial disposición del terreno del estadio Centenario en forma de  v invertida (^), aumentando la inclinación del vértice a base de añadirle tierra y césped. Explotando su mejor condición física obligaron a los argentinos a permanecer en su campo. De esta forma River se vio obligado a jugar cuesta arriba y Peñarol hacia abajo. Hubo prórroga y el cansancio hizo lo demás. Ya en alta mar escuché la final disputada contra un equipo Colombiano. País que hasta la fecha no había ganado nunca la copa Libertadores. Por eso cuando Peñarol marcó en el último minuto de la prórroga, -antes había logrado forzar este tercer partido marcando también en el mismo minuto- el locutor cantó al más puro estilo sudamericano: ”no marcó Peñarol, marcó la historia”, haciendo alusión a que allí el futbol forma parte de ella.   

(5) Blancos y Colorados son los partidos tradicionales que gobiernan en alternancia, representando a la derecha y a la izquierda, ambos de carácter moderado.

(6) La revolución del hueso o más bien la revuelta, alude a un algarada  originada por la subida del precio de la cabeza de ganado vacuno, conocida en la jerga popular como “el hueso”. Dicho precio junto al del billete del autobús urbano permanecía congelado por el gobierno, y tenía la condición de referencia o mínimo existencial que marcaba la frontera entre el pobre de a pié y el de solemnidad.

JMC

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