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LOS INMIGRANTES HOY Y MAÑANA.

De todos es conocido el problema que se está generando entorno a la llegada masiva de inmigrantes. En las noches de luna llena las costas de la Península Ibérica y las Insulares, son el objetivo perfecto para lanzarse en patera al mar desde las playas africanas. Arriesgan su vida ante la d esesperación y precariedad que viven en su país sin olvidar el temor a perder su vida por las consecuencias de la guerra y de las mafias. Otros inmigrantes llegan a los aeropuertos más importantes procedentes de  los países latinoamericanos y europeos. Los inmigrantes vienen buscando unas mejores condiciones de vida, la mayoría quiere trabajar para poder enviar dinero a sus familias de origen, pero se encuentran con tantas dificultades burocráticas y que caen en la desesperación. Si la contratación fuera rápida, este gran número de trabajadores cotizarían a la Seguridad Social y ellos tendrían las garantias laborales y sociales que necesitan, pero la realidad es que los que tienen la suerte de obt

LA EVIDENCIA

 

LA EVIDENCIA

Al señor Pires, -el profesor de física de la universidad de Lisboa de quien ya les he hablado y al recordar su carácter me viene a la mente un    elemento con ocho capas de valencia como el más estable de la naturaleza- tuve el placer de conocerle en el café restaurante Martinho do Arcada. Ese que está en una esquina de la plaza do Comerçio escondido bajo una fila de soportales en la confluencia exacta de las ruas do Armaçen, do Alfandega y da Prata, esperando a los turistas que vienen de Belem muertos de cansancio deseosos de encontrar un poco de sombra y una silla para contemplar desde ella el azul del Tajo que hace solo un instante dejaron a su espalda.

Pero como hacía tiempo, si es que alguna vez lo fui, que había dejado de ser turista, lo que me interesaba del local era el café y el espacio estrecho y alargado situado a la derecha del mostrador, hacía donde me dirigí en busca de esa intimidad portuguesa hecha de oscuros, saudades y silencios, a la que tanto amo; como a Pessoa, al que no conocí en el cuerpo, pero si en eso a lo que llaman espíritu, que nadie sabe exactamente lo que es, pero al que imagino como algo esencial que nos produce efectos y a veces se comparte. 

Al entrar, el dueño se me acercó para indicarme que la  mesa donde solía  sentarme se encontraba ocupada; lo cual equivalía a marcharme, porque en Portugal, donde son muy estrictos a la hora de entrar, cuando lo haces, puedes llevarte todo el día adentro aunque consumas poco, con un café basta. Al verme la intención,  me invitó a sentarme en el lugar donde Pessoa jantaba (cenaba); algo que yo conocía, ya que el poeta lo hacía en el mismo sitio todos los días, tal vez por aquello de que las soledades deben ser siempre iguales para que nos acompañen y al sentir yo lo mismo, decliné su invitación. Aunque al mismo tiempo que iniciaba el gesto de despedirme, me dijo que por favor esperara un momento e inmediatamente se dirigió a “mi  mesa”, donde después de conversar con su ocupante volvió al mostrador para indicarme que si no me importaba compartirla con él, a lo que accedí sin apenas pensármelo al conocer la práctica y ser ya un poco portugués. 

Pires me estaba esperando de pié vestido de americana y camisa blanca sin corbata. A primera vista me pareció un hombre de aspecto y tamaño normales, aunque del pelo solo le quedara una corona alrededor de la calva prolongada en unas gafas negras con la que parecía formar un todo; lo que unido a su rostro redondo, para nada portugués, me hizo cambiar de opinión hasta terminar asimilándolo, sin saber el porqué, a un profesor de película norteamericana de los años sesenta y tantos. 

Lo saludé, nos presentamos, y  una vez hechos los cumplimientos me senté frente a él e inmediatamente nos dedicamos cada uno a lo nuestro: el a terminar su cena, y yo a escribir de mis cosas, en aquel momento de las saudades de Lisboa; para pasado un rato, invitarle a café, a lo que accedió al encontrarse ya en la sobremesa repasando algunos  documentos donde pude distinguir el emblema tradicional con la Nao entre dos columnas seguido de las letras fc, del departamento de física de la Universidad de Lisboa. 

Entre sorbos conversamos sobre cosas en apariencia intrascendentes, de esas que sirven para conocerse por lo que no se dice, y como era consciente de haberlo importunado, me encontré en la obligación de explicarle mi fijación por aquella mesa, aludiendo a lo que ya les dije acerca de las soledades y del espíritu como algo esencial que nos afecta y se comparte.  Más tarde lo hicimos sobre las bellezas de Portugal y al llegar al palacio de Mafra, le referí, quizás por presunción, lo reconozco, la reflexión que me había inspirado la comparación de su inmensa biblioteca con el pendrive que llevaba en el bolsillo, donde llegué a la conclusión de que las épocas cambian cuando lo hacen las evidencias y no las costumbres. 

Al preguntarme el porqué, le referí el hilo de los pensamientos que me habían conducido hasta allí: No hace mucho tiempo, le dije, era evidente que las bibliotecas que contenían más libros debían ser mayores que las que contenían menos, o lo que es lo mismo, que más volumen de información precisaba de más espacio; una evidencia que había sido destruida por la electrónica por medio del pendrive que llevaba en el bolsillo cuando visité el palacio. De igual forma, continué, en una determinada época era evidente  que el hombre no podía correr más que su caballo, aunque las formas de relacionarse con dicha realidad a través del animal;  las costumbres, eran diferentes de una cultura a otra, por lo cual se podía cambiar de ellas sin cambiar de época. Todo ello, concluí, nos demuestra que la evidencia es contingente, y que solo sirve para fijar los límites de nuestra ignorancia o el de las épocas. 

Casi sin pensarlo, como respondiendo a un jogo de vaidades (juego de vanidades), Peris me sorprendió con una reflexión sobre la mía, donde  además de referirse a las  bibliotecas y al tamaño, hacía  alusión al porqué de mi afinidad por aquel lugar, pero desde un punto de vista material. Estoy de acuerdo con su razonamiento señor Joao, comenzó diciéndome, de hecho la misión principal de la ciencia consiste en destruir la evidencia principal que es la muerte. Pero ahora permítame hacerle partícipe de uno mío: cuando usted se estaba refiriendo a la información que contenía nuestra grandiosa biblioteca y la comparó con la mayor que podía contener su pequeño pendrive, pensé en los pasos que hemos ido dando para llegar a él y en los que aún nos faltan por dar, y entonces me acordé de los discos de nuestra juventud; de los cassetes; de los CD: de los pen drives: de los microchips…., así hasta darme cuenta de la evidencia de que a más información le correspondía un tamaño menor. Y como el hombre repite a la naturaleza y a sus leyes, llevando el razonamiento hasta su culminación, llegué a la conclusión de que lo menor puede contener a lo mayor, y que lo más pequeño que es  “el átomo” puede contener toda la información del universo. Por cierto senhor Joao: ¿no le parece evidente que eso a lo que usted llama espíritu tiene que ver con esta reflexión?


JMC


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