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SANYARA Y LA MUJER ARMENIA




 SANYARA Y LA MUJER ARMENIA

Anahid, una bella mujer de origen armenio, rica en virtudes y en dinero, deseaba conocer al maestro como quien desea conocer una flor rara. No había día que no le pidiera a su esposo, un alto dignatario de la corte abbasí, una entrevista con Sanyara, porque para un hombre santo como él, decía, no debían existir diferencias entre las mujeres y los hombres.

Al verlo, lo vio cómo se imaginaba que era. Un hombre de edad madura con aspecto de anciano venerable. Alguien que es igual en todas las partes del mundo. Como los niños, o como el sol cuando nace o cuando se pone después de haber recorrido el camino invisible del cielo y puede verse a lo lejos de frente, circular, e inmenso, sin temor a que te dañe o te ciegue. Entonces, como a una estatua que se venera, tocó su vestido, y después le beso la mano como quien espera o agradece una dádiva. Quizás la bendición de los santos a quien Anahid rezaba todas las noches: su energía, su suerte, o la comunicación directa con lo que no puede verse. Aunque el maestro se limitó a sonreírle mientras se dirigía al salón de la casa. Tan parecido a aquel otro de su visita a la del principal armenio de Isfahan, que no pudo menos que recordarlo. 

Allí lo recibió junto a su esposo, cosa extraña en la Persia, donde el anfitrión es siempre el hombre, y una pareja de criados compuesta por un hombre y una mujer vestidos a la manera de aquel país del Cáucaso, aunque de forma más sencilla que sus dueños. La cena le pareció excelente y hasta pensó que había tenido suerte o que sus anfitriones sabían de su gusto por el dizi persa de garbanzos y cordero al comprobar que el plato principal a quien la señora denominó Chanahi, se componía de dicha carne, aunque en lugar de garbanzos se sirviera con arroz y se acompañara de sorbetes de fruta y de albaricoques secos acompañados  del primer vino del mundo, al descender, según la armenia, de las cepas que el propio Noé plantó después del diluvio en las inmediaciones del monte Ararat. Finalizando la cena con una deliciosa sobremesa de Bakhlava de nueces trituradas bañado en almíbar y en jarabe de miel. 

Entre copa y copa de tan hermoso vino la señora le preguntó si había alguna diferencia entre un hombre y una mujer; respondiéndole el maestro que sí. Y a continuación, extrañada por su respuesta: que si eran iguales, a lo que Sanyara le respondió asimismo que no. Entonces Anahid le hizo saber de manera educada su enojo por las respuestas que no esperaba recibir de un hombre santo como él, porque según creía todas las personas son iguales ante Dios. Y lo somos, le respondió el maestro. ¿Entonces porque hace referencia a la diferencia ente nosotros las mujeres y ustedes los hombres? Señora, le respondió el maestro después de ponerse de pié; ¿que diferencia existe entre usted y yo?, y al notarla  pensativa le dijo, ¿no me ve?, ¿por qué piensa?, lo que existe de forma natural no necesita ser pensado, solo es preciso verlo. Sin embargo lo creado por el hombre; por ejemplo la diferencia entre un musulmán y un cristiano, necesita ser visto con el pensamiento. Como dice el maestro Jesús: dejen para los ojos las cosas creadas por Dios y para la mente las de los hombres.

Lo creado es diferente pero no desigual, prosiguió, porque en la naturaleza existe la diferencia pero no la desigualdad que es producto de la civilización de los hombres. Por dicha razón, las mujeres y los hombres lo somos y lo seremos por los siglos hasta la culminación de los tiempos. 

¿Por qué maestro?, le inquirió la mujer, quien había vuelto a recuperar la confianza en Sanyara. Porque el fin de la civilización es transgredir el orden natural para conformarlo a su deseo de inmortalidad. ¿No recuerda lo que dice el libro sagrado de los cristianos en el Génesis?...!la tierra será maldita por tu  causa! Y si es así, solo será posible la igualdad cuando haya culminado este estado de cosas y se haya eliminado la diferencia natural entre el hombre y la mujer. 

A pesar de la claridad de la exposición de Sanyara y de su carácter de mujer instruida en las enseñanzas religiosas y en las disciplinas de la prosa y de la filosofía, a la señora Anahid le costaba comprenderla. Entonces, para justificarse o reafirmarse en su dificultad se dirigió a su sirviente Nair, preguntándole si la había entendido. Respondiéndole esta que sí. ¿Cómo es posible que ella, una mujer sin instrucción lo haya comprendido y yo no?, le inquirió al persa con un tono de cierta crispación. Quizás ha necesitado desprenderse de menos cosas que usted, le respondió Sanyara.

Señor, en que consiste la discrepancia entre lo diferente y lo desigual; le preguntó la criada mostrando con su pregunta la profundidad de su comprensión, ya que la verdadera genera siempre dudas. En la  civilización cuando creó la desigualdad de los humanos con el resto de la creación al intentar de forma consciente la inmortalidad. Le respondió Sanyara.


JMC


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